miércoles, 24 de septiembre de 2014

Perdidumbre

Te perdí. ¿Cómo te encuentro? ¿Cómo nos encuentro?

No hablo de volver a ser. No. Esa quimera hace rato que no me seduce. Aprendí que el retorno es imposible. Lo único que hay es infinitos porvenires. A lo más que podemos aspirar es a que ese adelante que creemos de entre tantos nos reconforte como algún atrás supo hacerlo. Si tenemos suerte, y trabajamos mucho, quizá sea aún mejor que el pasado. Si no, el esfuerzo igual vale la pena.

Porque esa mierda de que todo lo que pasó fue mejor tampoco me la creo ya. Lo dejo para las novelas o los tangos. El mejor tiempo siempre es el presente, porque es el que podemos cambiar. Lo que no es factible de ser modificado es invariable, y sin dudas te hace perder algo: la libertad o la cabeza.

Te perdí. ¿Y si no te encuentro? ¿Y si no nos encontramos?

Quizá lo errado sea el concepto de “perder” a alguien. Para perderlo, antes tiene que ser tuyo. Y esa mentira imposible neurotizante que nos venden también me cansó, a fuerza de dolores y de chocar contra (mis) paredes una y otra vez.


Es difícil buscar con los ojos borrosos, pero más aún lo es hacerlo con el corazóncabeza cerrado. Si se trata de abrir puertas, no podemos clausurar caminos.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

La mueca

La mueca me atrapa, me domina, me sobrepasa, y para cuando me doy cuenta ha capturado mucho más que mi cara: se ha hecho extremidad, mano, uña, pelo.

La mueca me saca de casa, me hace salir a caminar mirando el mundo con sus ojos. Pero visto con esos ojos, pareciera que todo el mundo también tiene mueca: vos, ella, él, la otredad.

Cada paso que doy avanza la postura de la mueca, una posición determinante de mi existir que, sin embargo, tiene como resultado una suma cero que en ningún momento es atravesada por el dolor real del no ser. Es simplecomplejo: una vida vivida con mueca es menos vívida, menos vida.

Veo la mueca enfrente mío y la detecto, mas figurar qué hace conmigo es difícil. Infinito punto mil más difícil. La galaxia no es espacio suficiente para que podamos encontrar justificaciones completas y totales de ese rictus que nos posee, nos toma, nos transforma en seres que no se reconocen a sí mismos.

Al final, la mueca es la muerte de la liviandad, la alegría, del placer de tirarse al sol o mirar la luna, de soñar despierto mientras nos reímos frente a la desolación del mundo, porque a veces sólo queda eso: la carcajada liberadora.


Arrancarse la mueca implica quedar en carne viva, sangrante, resolviendo la ecuación de la forma más cruenta pero más definitiva. Arrancarse la mueca es lo vital.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

La mentirosa (Mitos II)

Príamo de Troya tuvo mucha descendencia, de variadas mujeres. La más famosa provino de Hécuba: el valiente Héctor; el desafortunado Paris; y la maldita Casandra, entre otros.

Casandra era sacerdotisa de Apolo y, como tal, había jurado mantenerse casta. Fue él mismo quien quiso forzarla romper su juramento, cuando se prendó de ella e intentó seducirla. De poco sirvieron las palabras melosas del dios dorado: Casandra no quería entregarse ni siquiera a él. Pero el gemelo de Diana no es conocido por cansarse fácil cuando se trata de conquistas, y terminó encontrando el punto débil de la mujer; le prometió que, si accedía a sus deseos, daría a Casandra el don de la profecía.

La mujer accedió pero puso una condición más, temerosa de la naturaleza inconstante de Febo y de que después de consumado su deseo éste quisiera deshacer su promesa; exigió que el don le fuera dado antes de su entrega. La pasión apolínea forzó su asentimiento y, con un toque, Casandra vio frente a ella el camino del futuro.

Indignada, comprobó cómo sus suposiciones sobre el amor de Apolo eran ciertas, y antes que verse abandonada, decidió renegar ella de su palabra, y mantener alejado al Arquero. Frente a eso, el dios la maldijo con un castigo cruel: escupiendo en su boca la condenó a ver el futuro, sí, pero sin que nadie creyera sus predicciones.

Pronto Casandra saboreó los frutos amargos de la maldición. Pronto comprobó la profundidad de la venganza divina. Pronto su nombre comenzó a ser asociado con la mentira y la locura: cada profecía que salía de sus labios era tomada con sorna o desprecio aún por quienes serían más afectados.

La mujer, ya no sacedortisa de un dios al que despreciaba, fue la primera en reconocer en Alexandro, también conocido como Paris, a su hermano, cuando éste fue traído a la corte con el ropaje de un simple pastor; auguró que el rapto de Helena causaría la ruina de su amada Troya; y previno a sus compatriotas sobre el enorme caballo de madera que los griegos habían dejado en las puertas de la ciudad como ofrenda a Poseidón.

Sus palabras cayeron siempre en oídos burlones, tal y como el vengativo dios sabía que sucedería. Para aumentar aún más la desdicha de la mujer, cuando Troya finalmente sucumbió al ingenio griego Casandra fue violada por Ájax el Menor en pleno templo de Atenea mientras buscaba refugio.

Ultrajada, abandonada, sin patria, la hija de Príamo se convirtió en amante de Agamenón, jefe de los griegos, cuando le tocó como parte de los despojos de la guerra. De esa relación nacieron dos hijos, Teledamos y Pelops; y quizá Casandra habría encontrado un módico de alegría en ellos.

Mas la venganza de Apolo no había sido consumada del todo: los dioses gustan de dar para después quitar. Porque si negarse a los avances de un Olímpico es peligroso, más aún es prometerle las mieles del deseo y luego faltar a ese juramento.

Porque ocurrió que durante al prolongada ausencia de Agamenón su esposa Clitemnestra, furiosa con el Atreida, había tomado a su mayor enemigo, Egisto, como amante. Ambos planearon la venganza contra el rey y a su regreso lo atrajeron a un baño caliente en donde Clitemnestra lo mató, para luego asesinar también a los hijos que había tenído con Casandra y también a ésta.


Pero como si hubiera querido compensar la furia salvaje que su hijo había desplegado contra una simple mortal, a su muerte Zeus la juzgó digna, por su dedicación a los dioses y su fe religiosa, de ser transportada a los Campos Elíseos, la tierra inmortal donde residió por toda la Eternidad, ya sin el peso de saber el futuro. Que si algo hemos aprendido los simples mortales es que los Dioses castigan en vida y premian tras la muerte.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

El árbol

Hay un árbol en mi pecho.

Un día lo plant vivo.﷽﷽﷽﷽exo hacia mi carasea flexible. buena raze una mujer con corset, o unos bigotes como los de Dalé, después de mucho tiempo de pensar pero poco de considerarlo. Me tomó horas y sangre. Fue el dolor más grande que experimenté en mi ya no tan corta vida.

Está en el centro justo de mi esternón, donde apenas hay piel y hueso. Sus ramas se extienden en dirección a mis hombros, mis pectorales, mi corazón. Todavía no son tan largas; decidí dejarles lugar para crecer.

Las raíces apuntan a mi abdomen, mi entrepierna. El árbol está anclado en ese espacio de deseo, el núcleo de mi ser, motor de mis ángeles y demonios.

El tronco que conecta ramas con raíces me atraviesa al medio, una unión no siempre armónica pero sí imprescindible. Parece ser robusto, aunque quién sabe. Preferiría que antes que fuerte fuera flexible.

De a poco voy encontrando algunas figuras que se esconden atrás de este árbol. Desde donde puedo verlo se distingue parte de una mujer con corset, con su sexo hacia mi cara, o unos bigotes como los de Dalí.

Otra gente también va descubriendo presencias ahí, pero desde ángulos diferentes. Quizá algún día catalogue todo lo que cabe en ese árbol. O quizá no: que lo oculto a veces lo es por una buena razón.


Tengo un árbol en mi pecho. Es hijo del sufrimiento y la esperanza. Y está tan vivo como yo.