miércoles, 30 de julio de 2014

La flor apretada

Olvida el jazmín, la margarita o la rosa. Han inspirado a miríadas de poetas y escritores, pintores, bailarines, músicos. Son el refugio seguro de la elección floral. Como motif artistic han sido de(s)(con)truidos lo suficiente.

Si me preguntaran cuál de esos vegetales odoríferos es mi favorito, algo que ha sucedido entre cero y una vez en mi vida, no me quedaría otra opción: ninguno. Si hubiera una repregunta acerca de cuál es, entonces, mi preferido, tendría que responder que es la flor apretada.

Y podría enumerar algunas razones que explicarían mi elección frente al jurado de algún gran concurso en este extraño reportaje hipotético que he construido como ejemplo.

La flor apretada tiene su propio aroma, y con tiempo y esfuerzo se puede aprender a diferenciar las fragancias que posee cada flor individual.

La flor apretada tiene una alta variedad de colores; aunque siempre en la gama de los corpóreos, esta diversidad es también parte integral de su encanto.

La flor apretada tiene asimismo una multiplicidad de configuraciones morfológicas que resultan en manifestaciones externas muy distintas entre sí; si a eso se le agrega el cuidado que quien posea la flor pueda aplicarle, las variaciones a la vista son infinitas.

Pero sería una lengua falaz la mía (¿o los dedos que tipean estarían mintiendo?) si quisiera justificar mi devoción con las razones de arriba. Por más estética que aporten, no van al nudo Gordiano de mi gusto, mi pasión, mi devoradoración por la flor apretada.


La razón fundamental es más bien simple, y quizá por ello un poco decepcionante, mas no por eso menos auténtica y, en definitiva, la que debo enunciar si quiero ser fiel a mí mismo: amo a la flor apretada porque nos entendemos, porque sé que me escucha cuando le hablo, y porque cuando la beso, se abre para mí.

miércoles, 23 de julio de 2014

Bocaculo

Bocaculo me atrapa y no me suelta. Como una lamprea se aferra al órgano que elija, sea proboscético o invaginado, y no cesa en su intento hasta que drena energía, fluidos o una combinación de ambos.

Sabe de mi debilidad por su ser. Sabe que tiemblo anticipando cada encuentro que tengamos. Sabe que a veces el contenedor importa menos que su presencia, y que me satisfacería en cualquier lugar y momento encontrarme con elle.

Bocaculo es un ente compuesto que en su adición supera a sus partes. Tiene humedades y solicitudes, apretamientos y asperezas, dulzores y contracciones, y todo ese conjunto es el que me hace amarle.

No importa el tiempo que haya tardado en descubrir esta pasión. Lo que vale es haberla encontrado y, una vez llegado al Yukón, hacerme cargo del deseo que me genera, la fuerza que me impone.


En el juego de máscaras, bocaculo somete y Domina al mismo tiempo. Su llamado me es irresistible, y elle disfruta de ese poder sobre mí. Pero también goza entendiendo el que yo tengo: darle placer, y tomarme el mío.

miércoles, 16 de julio de 2014

La frontera

“This is Major Tom to Ground Control
I'm stepping through the door
And I'm floating
in a most peculiar way
And the stars look very different today”

Quien explora se aventura más allá del límite que todos nos ponemos. La frontera humana ; pocas veces se vuelve de la frontera.a nueva imagen, un nuevo pensamiento, un lse expande así: valientes hacen el salto al vacío que no podemos hacer los demás. Se arriesgan a perderlo todo para que todos ganemos algo: una nueva imagen, un pensamiento original, un límite jamás cruzado.

Explorando se abre el juego, se inauguran mundos, se explotan microbigbanes.

Quien explora se sacrifica; pocas veces se vuelve de la frontera. Abundan las fieras, la tierra árida, la mirada perdida en un horizonte justo fuera del alcance de la mano; así, la vida tiene un valor que es a la vez muy poco e infinito, porque rebajar el precio de la propia existencia es lo que lleva a protagonizar los momentos que más valor le dan. Y más allá de los terrores, del vacío y el frío, en ese locus terribilis abunda la esperanza, también.


Porque no existe frontera sin esperanza. Al fin de los lugares, a ese aleph empujable, sólo se llega así.

miércoles, 9 de julio de 2014

Mirar (Verbos II)

“Yo vendo unos ojos negros.
¿Quién me los quiere comprar?”.

La mirada es el sentido esencial. La vinculación de la vista con la experiencia humana se corrobora fácil de varias formas, aunque aquí propondré sólo una: ningún otro órgano sensorial ha sido tan mentado como los ojos. Coplas, rimas, poesías, libros completos se han dedicado a esos esferoides fascinantes.

Los ojos no sólo miran: los ojos se iluminan, hablan, sienten, lloran, anhelan, violan, comen, suspiran, ríen, matan. Será porque el globo ocular tiene humor, aunque no cuente chistes. Son la puerta del alma, dizque puedan estar vacíos.

Un vistazo al pasar objetifica a otro, o le comunica nuestros sentimientos.

Mirar es también ser mirado. Es modificar lo que miramos por el solo acto de posar nuestra vista ahí, leve en su toque como una mariposaMiro y soy mirado. Miro, luego existo. Miro para desearcto de posar nuestra vista ahpiran.
, pero pesada de intencionalidad. Observo y soy observado. Atisbo, luego existo. Contemplo para desear y para rechazar.

Mirar es de mis actividades favoritas.

Paradójico es, entonces, que desde pequeño yo haya tenido problemas de visión. Ya a los seis años me encajaron un par de anteojos que constituirían una barrera con la que luché décadas. Para mi orgullo, puedo decir que nunca dejé de hacer nada por tener un marco de carey frente a mi cara, unos cristales siempre listos a ser rotos por pelotazos o en la adrenalina de una carrera al voltear para ver si tenía a alguien cerca.

Pero mentiría al decir que tener que usarlos no me afectó. Despertarse para ver un mundo borroso es una forma muy particular de comenzar el día. Y no es solo (o de forma necesaria) desventajoso. A veces no me ponía las gafas o las lentes de contacto hasta bien comenzado el día, después de haber desayunado; unas horas de nebulosidad antes de tener que enfrentar el hecho múndico.

Eso sí: ni bien pude, recurrí a la ciencia para corregir mis problemas de visión. O, por lo menos, aquellos que podían ser reparados mediante láser. Que también hay temas de percepción que no tienen tanto que ver con el órgano correspondiente y sí con la máquina de carne que los procesa.

Quizá esa relación particular con la vista me llevó a otra: no solo me gusta mirar. Me excita. Nada hay más estimulador para mi entrepierna que alguna imagen. Mi deseo está muy atado a mis ojos, lo que sólo hace más fuerte las ocasiones en las que voluntariamente prescindo de ellos.

Una consecuencia de esto es que también me gusta espiar, romper la lógica conectiva que describí hace unas palabras. Espiar no es sin culpa, pero esa culpa solo aumenta el placer. Mirar, sin ser mirado. Mirar como un hecho prohibido, con toda la atracción que eso conlleva.


Mirar es desear es singularizar es experimentar.

miércoles, 2 de julio de 2014

El choque

Casi lo último que recuerdo es que iba manejando yo. La ruta parecía despejada. De vez en cuando pasábamos algún mojón, al que yo le prestaba atención para saber por dónde íbamos y no perder las referencias de nuestra ubicación. De un lado había árboles; del otro, una inmensidad verdiblanca.

Se sucedían las habituales discusiones sobre la velocidad. Para mí íbamos muy despacio; para ella, muy rápido. Sí coincidíamos en esto: ninguno de los dos estaba satisfecho. Pero yo era siempre quien conducía; a pesar de sus protestas, ella ni siquiera había aprendido a manejar. Decía que algún día lo iba a hacer, pero ese día nunca llegaba.

No sabría decir con exactitud contra qué colisionamos. Sí que fue algo inesperado. Confiados, estábamos enfrascados en nuestros propios asuntos, uno al lado del otro pero separados por los pensamientos en los que estábamos ensimismados.

En ese instante el mundo, que afuera parecía una gran mancha, se ralentizó. Vi la ruta con una claridad holmesiana: cada grano de asfalto; cada salpicadura de la pintura señalizadora, ahí donde la mano trazante no había sido prolija; cada destello reflejado en el ojo de gato que teníamos enfrente y que ahora, a esta misma velocidad infinitesimal, comenzaba un arco que se desplazaba hacia mi izquierda para después estar por encima mío según el auto derrapaba y giraba sobre sí mismo.

Con la tranquilidad que sólo puede dar la certeza de la muerte, volteé la cabeza a mi derecha, para verla.

Sus ojos estaban fijos en la ruta. Nunca los vi tan abiertos. La boca era una mueca paródica de alguna pintura famosa que en ese momento no pude recordar. Su pelo flotaba en ondas, y comenzaba a formar un halo alrededor de su cabeza, ingrávido.

Debe haber percibido que la estaba observando, porque se volvió hacia mí. Sus estrellas verdes se clavaron en mí. Nos miramos un instante eterno. Su mano avanzó hacia la mía mientras afuera el maelstrom nos tragaba. Me agarró, y apretó fuerte. Su piel estaba caliente, pero el contacto me tranquilizó. Respiramos al unísono, preparándonos para el final.

Negro.

Cuando desperté, ella me miraba, aunque esta vez desde el otro lado. Me dolía todo el cuerpo y no podía moverme. Antes de fijarme en cómo estaba yo, pude ver el espejo que era ella: con la cabeza vendada, y ambos brazos y piernas enyesadas.

Quise hablarle, pero no pude. Yo, quien siempre confió en los verbos, tenía la mandíbula rota y alambrada; el accidente me había dejado mudo. Terco, emití alguna clase de sonido. Su voz tenía una cualidad un poco distante cuando me dijo que no me moviera. Me sonrió.

Como si hubiera estado esperando mi despertar entró una enfermera. No podría recordar exactamente qué dijo, pero el resumen era que habíamos sobrevivido de milagro, que nos habíamos roto las extremidades en varios puntos, y que por delante teníamos una difícil tarea de rehabilitación. Me dio un poco de agua usando una pajita; mi garganta, seca, se lo agradeció. Antes de irse me aconsejó que intentara descansar y dormir. Vana tarea.


Nos volvimos a mirar a los ojos, en un silencio lleno de palabras que salvaba la distancia que separaba nuestras camas. Y supimos que con trabajo, paciencia y dedicación, íbamos a volver a caminar. Juntos.