Los nervios se sienten en las voces. El
aire está eléctrico, denso, casi masticable. Hay gente cambiándose,
maquillándose. Hablamos de temas varios, rondando el que es central: nuestra
última función.
Un camino largo nos trajo aquí. Sudor, lágrimas
y sangre de mentira, pero no por eso menos influyente. Dos horas nos separan
del final de esta creación etérea que parimos entre todos: lo que falta para
que empiece la obra, y la duración de ese universo mágico que aparece en
escena.
Sabemos que, como todo fin, también es un
principio. El principio de lo que viene, lo que está todavía intangible pero
que, sin embargo, existe en algún espacio de expresi ón al alcance de la mano laboriosa.
El trabajo, ahora, es encontrar lo nuevo.
Sudar otra vez. Llorar otra vez. Sangrar otra vez, aunque el fluido sea de
utilería. Que esa es la magia del teatro: mostrar la verdad mintiendo. Mentir
con honestidad. Liberarse de las cadenas de la realidad para poder
transformarla.
Cae el telón. La obra termina. La vida
continúa.
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