Príamo de Troya tuvo mucha descendencia,
de variadas mujeres. La más famosa provino de Hécuba: el valiente Héctor; el desafortunado
Paris; y la maldita Casandra, entre otros.
Casandra era sacerdotisa de Apolo y, como
tal, había jurado mantenerse casta. Fue él mismo quien quiso forzarla romper su
juramento, cuando se prendó de ella e intentó seducirla. De poco sirvieron las
palabras melosas del dios dorado: Casandra no quería entregarse ni siquiera a
él. Pero el gemelo de Diana no es conocido por cansarse fácil cuando se trata
de conquistas, y terminó encontrando el punto débil de la mujer; le prometió que,
si accedía a sus deseos, daría a Casandra el don de la profecía.
La mujer accedió pero puso una condición
más, temerosa de la naturaleza inconstante de Febo y de que después de
consumado su deseo éste quisiera deshacer su promesa; exigió que el don le
fuera dado antes de su entrega. La pasión apolínea forzó su asentimiento y, con
un toque, Casandra vio frente a ella el camino del futuro.
Indignada, comprobó cómo sus suposiciones
sobre el amor de Apolo eran ciertas, y antes que verse abandonada, decidió
renegar ella de su palabra, y mantener alejado al Arquero. Frente a eso, el
dios la maldijo con un castigo cruel: escupiendo en su boca la condenó a ver el
futuro, sí, pero sin que nadie creyera sus predicciones.
Pronto Casandra saboreó los frutos
amargos de la maldición. Pronto comprobó la profundidad de la venganza divina. Pronto
su nombre comenzó a ser asociado con la mentira y la locura: cada profecía que
salía de sus labios era tomada con sorna o desprecio aún por quienes serían más
afectados.
La mujer, ya no sacedortisa de un dios al
que despreciaba, fue la primera en reconocer en Alexandro, también conocido
como Paris, a su hermano, cuando éste fue traído a la corte con el ropaje de un
simple pastor; auguró que el rapto de Helena causaría la ruina de su amada
Troya; y previno a sus compatriotas sobre el enorme caballo de madera que los
griegos habían dejado en las puertas de la ciudad como ofrenda a Poseidón.
Sus palabras cayeron siempre en oídos
burlones, tal y como el vengativo dios sabía que sucedería. Para aumentar aún
más la desdicha de la mujer, cuando Troya finalmente sucumbió al ingenio griego
Casandra fue violada por Ájax el Menor en pleno templo de Atenea mientras
buscaba refugio.
Ultrajada, abandonada, sin patria, la
hija de Príamo se convirtió en amante de Agamenón, jefe de los griegos, cuando
le tocó como parte de los despojos de la guerra. De esa relación nacieron dos
hijos, Teledamos y Pelops; y quizá Casandra habría encontrado un módico de
alegría en ellos.
Mas la venganza de Apolo no había sido
consumada del todo: los dioses gustan de dar para después quitar. Porque si
negarse a los avances de un Olímpico es peligroso, más aún es prometerle las
mieles del deseo y luego faltar a ese juramento.
Porque ocurrió que durante al prolongada
ausencia de Agamenón su esposa Clitemnestra, furiosa con el Atreida, había
tomado a su mayor enemigo, Egisto, como amante. Ambos planearon la venganza
contra el rey y a su regreso lo atrajeron a un baño caliente en donde
Clitemnestra lo mató, para luego asesinar también a los hijos que había tenído
con Casandra y también a ésta.
Pero como si hubiera querido compensar la
furia salvaje que su hijo había desplegado contra una simple mortal, a su
muerte Zeus la juzgó digna, por su dedicación a los dioses y su fe religiosa,
de ser transportada a los Campos Elíseos, la tierra inmortal donde residió por
toda la Eternidad, ya sin el peso de saber el futuro. Que si algo hemos
aprendido los simples mortales es que los Dioses castigan en vida y premian tras
la muerte.