A veces dormíamos juntos los tres. Quizá
mn al pie de nuestra inmensa cama, para
no despertar a ninguna de ellas.a otro y el resto del cuerpo en un tercer uchas
más que lo que “a veces" pueda sugerir.
En principio, mi lugar no era el medio.
Yo seguía usando el costado en el que dormía cuando sólo éramos A. y yo. J. se
acomodaba entre nosotros. Ella se contorsiona al dormir; pareciera estar
haciendo alguna pose de yoga, con la cara hacia un lado, el torso hacia otro y
el resto del cuerpo en un tercer ángulo. Eso sí, su culo siempre protruye.
Pero una vez, por circunstancias que no
recuerdo, me tocó estar en el centro de la cama, rodeado de mis amores. A. a mi
izquierda, J. a mi derecha. Pasé calor, esa noche. En un primer momento no me
terminó de gustar. Sin embargo, un alguito me quedó. Intuía que había encontrado
un momento, ahí.
De a poco fui acostumbrándome a ese
espacio que se repetía cada vez con más frecuencia. Desde una perspectiva, no
era nada cómoda mi nueva ubicación: me levanto bastantes veces, para tomar agua
e ir al baño, y tenía que deslizarme primero hacia arriba, saliendo de debajo
de las sábanas, y después hacia abajo, en dirección al pie de nuestra inmensa
cama, para no despertar a ninguna de ellas.
Siempre, al volver a acostarme, me
quedaba unos instantes mirándolas dormir. Escuchando el ritmo de sus
respiraciones, los suspiros que a veces se le escapaban a una o a la otra. Con
ese espacio en el medio que era mío.
Me resultaba difícil encontrar una
posición en la que descansar yo. Iba rotando, girando, como también es mi
costumbre, distribuyendo mi tiempo de un lado y del otro, haciendo un acto de
balance semidormido que reflejaba el que tenía que hacer cada día. Hasta que
una vez, mientras estaba de cara a J., A. me agarró de espaldas, pasando su
brazo por mi cintura. Y entonces yo tomé a J. de la mano, fuerte. Ella me la
apretó. Así, los tres nos rendimos al sueño. Fue una de nuestras mejores noches.
Fue la última que dormimos juntos los tres.