miércoles, 5 de febrero de 2014

Bigamia

Me pasé la vida buscando temas sobre los que escribir.

Soñé ser escritor, mi primer sueño. A los 8 años me senté a trabajar en una novela. Todavía no la terminé, ni tampoco la que pretendió seguirle.

Vamos, que ninguna novela que empecé la he finiquitado.

Es que tengo poca paciencia por la acción física de escribir. Me molesta, pero me daría vergüenza dictar cosas y pasárselas a alguien para que las transcriba. Eso no es lo que hace un artesano. Si a veces hasta me dan ganas de agarrar la Olivetti del abuelo, esa en la que empecé “El castillo oscuro” (título de mi prima opus, en plena etapa Poe) y martillar un poco las teclas para sentir que sudo más estas palabras. La computadora sirve, es funcional. Pero le quita encanto a la tarea.

Porque si escribir fue mi primer amor, mi primer calentura fue teclear en la máquina. Sentía un placer fetichista simplemente en oler la tinta, escuchar los ruidos mecánicos que causaban las teclas, y ver el impacto de la letra sobre el papel.

Me pasaba tardes enteras tipiando: una lista de mis libros; un índice para mi colección de Las Mil y Una Noches que marcaba en qué página empezaba y terminaba cada historia de Scherezade; nombres de dinosaurios; letras de canciones, transcritas con la oreja pegada al grabador.

No podría asegurar cuándo ese fetiche por una acción se convirtió en amor por la palabra escrita y ganas de aprender a encauzarla (que dominarla es una quimera, sé a esta altura). Pero seguro que tuvieron mucho que ver los libros de Salgari, Verne y Wells que poblaron mi infancia, y la claridad narrativa que tenían, más allá de la posible crítica literaria que pueda hacérseles. El cuento siempre era claro.

Pero cuando entendí que con una historia podías embelesar a otro ser humano, abrirle las puertas de un mundo nuevo, ahí fue que la palabra me capturó. Cuando Hesse, Heinlein y Tolkien me cambiaron la vida, comencé a entender algo.

Palabra, fuiste mi primer amor, mi amor infantil y adolescente, y la primera pérdida, cuando por el embeleso de vivir de vos me dediqué a escribir por dinero y lo nuestro se convirtió en un matrimonio rutinario del que sólo pude escapar engañándote con otro, el teatro.

Es que llevo la escena en mis genes. Mis abuelos se conocieron haciendo teatro. Mis padres, estudiándolo. Poco después de comenzar esa primera novela jamás culminada, aprendí a disfrutar el sentir los ojos fijos del público sobre mí. La adrenalina de la mirada ajena me transporta como ningún texto. Sin embargo, la letra también es mi herencia: otro abuelo fue escritor, y escribiendo recorrió el mundo. Así, tironeado entre las sangres, me debatí años.

La necesidad monogámica de la sociedad también se impuso a mis deseos artísticos. Si amaba a una no podía amar a otro, y viceversa. ¡Si hasta pertenecen a géneros distintos! “La” palabra, “el” teatro. ¿Qué clase de degeneración era el querer tener a ambos?

Las frustraciones me hicieron elegir el teatro, hasta que las desilusiones con éste me dejaron sin opciones que considerar.

Así anduve perdido, hasta que un día nos volvimos a encontrar, palabra, dos viejos amantes que después de décadas se cruzan por casualidad y que descubren que aunque hayan cambiado mucho, entre ellos sigue habiendo algo. Se miran, se sonríen tímidamente. Se resisten pero saben que, más pronto que tarde, terminarán revolcándose, sudando como en sus mejores épocas.

Y como por arte de magia, recuperar mi primer amor me permitió recuperar al segundo.

Heme aquí, entonces: bígamo y bisexual. Amando situaciones con uno y momentos con otra. Compartiendo mi vida con dos. Sufriendo el doble, pero disfrutando al cuadrado.

No está tan mal mi vida. Tengo sobre qué escribir, y eso me alcanza.

2 comentarios:

  1. Me gustó, me llevaste a los tiempos en los que en la bilioteca de mi abuelo aporreaba la máquina de escribir que le habían regalado en Tribunales cuando se jubiló. Que delicia el olor a tinta, el sonido de las teclas rompiendo el silencio.
    Felicitaciones =)

    ResponderEliminar
  2. quiero mas de esto, de la maquina, del aporreo y del primer amor

    ResponderEliminar