miércoles, 13 de noviembre de 2013

La chica de algodón de azúcar

Ella es pequeña y frágil, enorme y resistente, como sólo puede serlo una mujer poética, una fémina hecha de letras. Recorre grandes distancias con pasitos cortos; sus piernas quieren alargarse pero la biología no lo quiso así. Y sin embargo, camina a grandes trancos, pisando firme aunque tenga sueños de zapatos de cristal.

Tiene historia en la piel. Tiene hijos e hijas, aunque no parió nunca; quizá alguno de ellos la dio a luz en un día de sol con lluvia, esa lluvia fina que a veces hay en Buenos Aires. Huele a menta, y a tierra conurbana. La contradicción entre ciudad y campo es parte esencial de su extranjería: siempre estuvo afuera, mirando desde dentro.

Ella baila y disfruta; mientras canta, sueña con un día tener un sueño propio. A veces se pierde, pero eso le pasa cuando no confía en la brújula con la que vino al mundo: la de su corazón, que es la única a la que, en última instancia, hay que prestarle atención. En los fragmentos de sus sueños es todo, y por eso se enoja cuando la realidad se lo niega. Quizá todavía necesite aprender que tener todo es demasiado parecido a no tener nada; y que tener lo que uno realmente desea se siente como sujetar al mundo en la mano.

Romántica y pornográfica, coge con el alma y ama con su entrepierna, un amor tórrido de lecturas obscenas de domingo soleado, indulgente, con dulce de membrillo. Amor Fogwilliano, con desesperación de vida entreverada con su Tánatos.

Ella quiere pertenecer y ser libre, y la contradicción a veces le duele. Pero después recuerda que la mayor libertad es la de ponerse cadenas voluntarias, porque se disipan cuando es necesario. Su paradoja: querer ataduras que la suelten.

Sabe lo que no sabe pero no sabe lo que sí. Y esa condición Schrödingeriana la mantiene en perpetuo movimiento, fluctuando y fluyendo entre formas. La desesperación de cristalizar a veces le gana porque la carne siempre es más débil que lo inmaterial, aunque sea infinitamente más satisfactorio tocar que pensar.

Ella está llena de amor, y de miedo de no tener a quién dárselo. Llora cuando está feliz, riéndose de su dolor; y es cierto que esa es la mejor forma de atravesar ambos estados, según dice gente que presume de saber.


Es la chica de algodón de azúcar.

1 comentario: