Me despierto temprano. No es de
madrugada; el sol ya ha asomado. Pero todavía no está ni cerca mi hora habitual
de abandonar el sueño. Como me sucede a menudo, el cuerpo sigue cansado pero la
mente ya está trabajando.
Las palabras se agolpan en mi cerebro.
Cabalgan por las grietas grises, se escabullen por los recovecos. No puedo
controlar lo que pienso en esos momentos. A veces querría hacerlo.
Después de dar vueltas y más vueltas, me
levanto tambaleante. Los músculos todavía no han recibido al día. Me meto en el
baño para lavarme la cara y así, quizá, acelerar el tránsito hacia la movilidad
no espasmódica.
No enciendo la bombita. Por el tragaluz
que da al amanecer entra suficiente luminosidad. Y mis ojos son sensibles. Abro
la canilla y siento la temperatura del agua tocando el grifo; es una vieja
costumbre para no quemarme.
No me mojo la cara con agua fría o
helada. El shock es demasiado para mí. A pesar de querer despertarme, prefiero
hacerlo de la forma más gradual posible. Es por eso que me molesta tanto abrir
los ojos ya pensando. Un respiro me es necesario.
Con pupilas dilatadas y cara húmeda me
observo. La mirada es la misma y es distinta. Es la evolución de algo que ya
estaba, condimentada con mutaciones nuevas, constantes. Cara de niñoviejo.
Abro la boca y esos pensamientos que me
despiertan se desparraman fuera. Un vomitoplegaria imparable.
Me digo:
“Soy ateo; tengo honestidad intelectual, o
de eso me gusta jactarme; poseo ética de trabajo; cuido a mis amigos; prefiero
ser traicionado a traicionar; lloro en el cine;
me apasiono con velocidad y convicción; no puedo evitar ponerme del lado
del más débil.
También soy rencoroso; inclinado hacia la
envidia; de carácter irascible; incontinente verbal; soberbio y orgulloso; un
poco creído; bastante porfiado; demasiado vehemente.
Quiero trabajar poco. Ganar lo
suficiente. Coger en abundancia y variado. Darme muchos gustos, pero no todos.
Entregarme a lo que ame y a quienes me amen. Ser mimado y acariciar. Cantar un
rato cada día. Reírme bastante. Llorar de vez en cuando. Alegrarme de estar
vivo para no tenerle miedo a la muerte.
No me siento blanco. No me siento hombre.
No me siento nada que no me quiera sentir. No quiero sentirme nada que no
provenga de mí.
Pero sí me siento: talentoso, de una
manera indefinible, difusa y bastante perezosa. Afortunado de habitar en este
lugar y hora. Feliz de haber encontrado algún camino por fin: el de la
honestidad conmigo mismo.
Es difícil de transitar, ese camino.
Curvas, subidas empinadas, bajadas agudas componen sus tramos. Una mano de
asfalto no le vendría mal tampoco, tiene varios baches. Los conozco a casi
todos íntimamente. Me han roto varios ejes.
Mas lo elegí yo. Sus méritos son los
míos; mis defectos, los suyos.
Por último: creo. Mucho tiempo me tomó
aprender que no creer es lo opuesto a ser valiente. Y que para crear hay que
creer. Creer es crear”.
Termino de secarme el rostro.
“Sólo sé que no sé nada”, decía alguien
muy citado por los eruditos. Yo sé tan poco que todavía creo que algo sé. Voy
camino a la ignorancia, para poder entender.
Salgo del baño.
Es hora de empezar mi d ía.